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Desde de 1959, Fidel Castro sovietizó todo aspecto de la vida en Cuba.
Los cubanos de La Isla son los únicos ciudadanos del continente americano que consumieron productos de la Unión Soviética,
todos tecnológicamente atrasados y de pésima calidad.
En una mezcla de sarcasmo y desprecio, los cubanos llamaban "bolos"
a los soviéticos, y "bolas" a sus cosas. Para no olvidar esa etapa
de la historia, esta sección, SOVIETOBILIA —que bien podría llamarse MeBOLObilia—, se asoma a los artículos soviéticos que,
por desgracia, tuvieron que consumir y usar los cubanos.
Así que...
(...bienvenido!)
 

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial
EL ATICO DE PEPE, de lunes a viernes de 5:00pm a 6:00pm ET,
por la 710 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio

¿Inolvidable? Dá... como una buena indigestión.

La cámara Zenit fue mi primera —y creo que la única— relación de amor-odio con una cosa.

Una cosa…

Una cosa porque, decir que la Zenit era una cámara fotográfica puede resultar un exceso. Roberto Rodríguez Decall, el fundador y profesor de la Peña Fotográfica que sesionaba en los años 80 cada miércoles desde las 8:00pm en el Museo de Arte Colonial —la antigua casa del Conde Bayona en pleno corazón de la Habana Vieja frente a la Catedral— y de quien tantos aprendimos el Sistema de Zonas creado por Ansel Adams, solía burlarse con un humor rayano en el cinismo al decir que la Zenit y la Leica coincidían en un aspecto: que ninguna de las dos era una cámara fotográfica; la Leica era un instrumento de precisión, y la Zenit… ¿la Zenit?, ¡bah!, no se sabía qué diablos era.

Mi Zenit...
Mi primera Zenit —de tres que padecí, y he de decir que tanto voluntariamente como a la fuerza—, fue una EM, que estrenó diafragma automático… ¡con 20 años de atraso! Costó $165.00 pesos y fue el regalo de mi hoy difunta tía materna Josefina por haberme graduado de la Academia de Artes Plásticas de San Alejandro en el verano de 1978. Recuerdo que la adquirí —la cámara, no la tía— en la joyería Riviera —que a duras penas conservaba su glamour de mejores tiempos antes de 1959— en la Calle Galiano. No fue mi primera cámara. Ésta lo fue la elemental Kodak Brownie 620 que mi abuela regaló a mi madre en las Navidades de 1957 —las primeras pascuas de mi existencia y para las que ya llevaba en este mundo unos tres meses— para que fotografiaran al “niño” (este servidor), lo cual aparentemente selló mi futuro como fotógrafo.

De modo que amaba a la Zenit EM y he de admitir nuevamente que hasta la compré con entusiasmo. ¿Y cómo no si fue mi primera cámara “seria”, una SLR, tal cual quería?

Pero a la vez la odiaba por atrasada tecnológicamente, fea, limitada y —por si fuera poco—, por “bola”. ¿Qué más?

Por entonces soñaba con la misma intensidad que se tiene la más lujuriosa de las fantasías sexuales, poseer una de las Canon de la serie A, o una Nikon, o cualquiera de las cámaras fotográficas japonesas del momento (más tarde, en 1982, pude felizmente acceder a una Pentax K-100). Pero aún resintiendo esas imposibilidades —porque el mercado de cámaras fotográficas desapareció en Cuba con Castro—, estaba obligado pues por defecto a querer a mi Zenit

El caso —incurable— es que desde 1977 estaba resuelto a tener una Zenit. Pero habría que esperar a graduarme el año próximo para, con mi primer salario —integro, y aún tendría que pedir prestados dos pesos porque lo que me tocaría recibir según la “escala salarial” del gobierno eran $163.00 mensuales— adquirirla o, antes de llegar ahí, acudir a mis padres para ello. Pero para algo las tías siempre vienen al rescate…

Ya había trabajado con una Zenit, la E, de mi amigo y compañero de clase en San Alejandro, Carlos Manuel Fernández Alonso, que se había convertido en fotógrafo y diseñador gráfico.

Armados con esta cámara, en enero de 1978 ambos nos fuimos a fotografiar con transparencias el descarrillamiento de un tren de carga en el ramal de Jibacoa-Santa Cruz del Norte del tren eléctrico de Hershey en La Habana.

Como la Zenit E con que fotografié esta escena sólo tenía como lente el "anormal" de 58mm —¡estrechísimo!—, para remedar la ausencia de un ángulo ancho dediqué dos fotogramas contiguos a la escena con tal de atrapar su magnitud. Las fotos fueron tomadas sobre las 11:00 am de una nublada mañana invernal del sábado 21 de enero de 1978, con película diapositiva ORWO UT-18.

 

Listo para comprar este modelo con el concurso de la familia, otro amigo y condiscípulo de la academia, César Ernesto González Beltrán, cuyo tío era un funcionario de Comercio Interior, me dijo que éste le había revelado que era inminente la llegada al país de la Zenit EM, más “avanzada”, con diafragma automático. Me recomendó pues que esperara, que no comprara la E. Le hice caso…

Alrededor en la primavera del 78 empezaron a vender la Zenit EM.

Un mediodía de martes de agosto de 1978, ya de vacaciones del último año de San Alejandro, sobre las 2:30 pm entré a la tienda Riviera con la misma comezón con que un colegial lo hace a la dulcería del barrio a comprarse su merengue predilecto. Venía armado con los $165 de mi tía, suficientes para la adquisición (en Cuba no existían los impuestos sobre la venta).

El tendero me recomendó la Kiev 4, otra cámara soviética, de telémetro, que mucha gente creía que era una copia de la Leica, pero no, en realidad lo era de la Contax. Costaba $5.00 menos, y en verdad era mejor máquina, pero yo quería una cámara de mirar a través del lente.

Como con cada cosa soviética que llegaba a Cuba, las dos primeras unidades que el vendedor puso sobre el mostrador estaban defectuosas. La tercera fue la que compré, y también tenía un problema… sólo que de él me enteré más tarde, como veremos más abajo.

Salí de la tienda entre feliz, y a la vez frustrado, por los sentimientos expresados arriba. Enseguida compré un rollo en blanco y negro ORWO NP20 de 80 ASA de la Alemania Oriental —para entonces la única película fotosensible en el mercado minorista cubano— y así hice mis primeras fotos con la Zenit EM.

Probé todas sus funciones: las velocidades, las aperturas del diafragma, el disparador automático. Pero ¡ay!, a la hora de extraer el rollo una vez expuestos sus 36 cuadros, el clutch de la cámara para liberarlo estaba trabado. Así, en plena luna de miel con la querida camarita, la Zenit de estreno —¡qué dolor— fue a para al taller de reparaciones que se encontraba en el Centro Asturiano, al pie del Parque Central —las devoluciones de artículos no se permitían en Cuba ni existía la garantía—.

La reparación duró un mes.

El rollo atascado tuvo que extraerlo en su cuarto oscuro el esposo de una de mis tías paternas, que era fotógrafo.

El editor de este website, en septiembre de 1978, en la playa de Varadero, con la Zenit EM de estreno.
 

Mis primeras “fotos serias”, las tomé con mi Zenit EM.

Las Zenits "cubanas".
Tras la llegada de Castro al poder en 1959, la venta de cámaras fotográficas, como ya advertimos arriba, cesó casi inmediatamente. No era una época en que las cámaras fotográficas japonesas eran lo populares que son ahora. El mercado fotográfico pre-castrista estaba más conectado con cámaras alemanas como la Leica, la Rolleiflex y la Voigtländer, o productos norteamericanos de Kodak, desde lo más serio de la firma —la Retina— hasta lo que hoy se conoce como point-and-shoot, como las 620 Brownie —la de casa—, y otras como la Ranger y la Vigilant. Todo este panorama desapareció de la noche a la mañana y, durante años no se vendió una cámara fotográfica en Cuba.

Alrededor de 1971 comenzaron a venderse las cámaras soviéticas, la Zenit y la Kiev.

No recordamos que en esta primera ola estuviesen sujetas a las restricciones de la oficialmente llamada Libreta de Abastecimiento de Productos Industriales —conocida popular y más simplemente como la libreta de la tienda—, que no era otra cosa que una cartilla de racionamiento.

Cuando se publicó la noticia, desde la víspera de la venta, cientos de consumidores durmieron toda la madrugada delante de las pocas tiendas que al día siguiente venderían las cámaras, a pesar de que los precios eran prohibitivos. La Kiev costaba $475.00 pesos cubanos, y la Zenit alrededor de $350. Para entonces, el salario promedio de un obrero allí era de $120 pesos al mes. Sin embargo, según el habla popular, las cámaras “volaron”, es decir, se agotaron enseguida.

Después de los primeros años de la Revolución, con un racionamiento estricto y casi cero opciones de compra de nada para la ciudadanía, comenzó a congelarse el circulante pues la gente no tenía en qué gastar. Ésta, la de la venta casi sorpresiva de estas cámaras a precios estratosféricos, fue una de las primeras de una serie de operaciones puntuales del gobierno para recoger el dinero acumulado y sin salida entre la población.

Según fueron avanzando los años 70 y creciendo la dependencia de la Unión Soviética, comenzaron a entrar más cámaras rusas a Cuba, como las compactas Smena y Lubitel, y la mediana Zorki, y los precios comenzaron a bajar hasta los citados $165 pesos de la Zenit EM que adquirí en 1978 ($50 costaban las Smenas; $90 la Zorki).

La Zenit soviética.
La cámara Zenit —que significa cénit en ruso— comenzó a producirse en 1952 por la fábrica KMZ, de Krasnogorsk, en las cercanías de Moscú. Posteriormente las produjo Lomo. Por error, a veces en Occidente se les refiere como Zenith, por una asociación errada en inglés, pero en realidad el nombre original carece de la H final, aunque existe una excepción: las que se vendieron en Inglaterra en los año 60, que sí llevaban la marca escrita de esa manera.

En Cuba, la colonia soviética del Caribe, se vieron Zenits con el nombre original en cirílico.

La Zenit fue durante mucho tiempo la abanderada de las cámaras SLR de 35mm de la URSS. Se les llama por el acrónismo de SLR (Single Lens Reflex) a aquellas cámaras que emplean un solo lente para formar la imagen que va a parar a la película y a la vez la que el fotógrafo ve en el visor gracias a un pentaprisma. En dos palabras, la Zenit era la cámara "moderna" —¡Dios mío!— de los soviéticos… pero siempre con 20 años de atraso, como ya dijimos, y tal cual era su tradición.

En los modelos más tempranos, el nombre se leía en scripts o cursivas. Los primeros modelos de Zenit fueron la S y la 3M.

La primera Zenit en realidad se basó en la Zorki, una cámara de telémetro, copia de la Leica. Pero pronto la Zenit adoptó la solución de reflejo, aunque carecía del visor a la altura del ojo; en su lugar ubicaron uno abierto de mirar por encima, tipo viejas Rolleiflex diópticas.

La Zenit pionera era bien atrasada. El espejo no regresaba por sí solo a su posición de 45º detrás del lente, sino que había que abatirlo tirando de la palanca de arrastre. Esto hacía que cada vez que el usuario presionaba el obturador, después que la cámara tomaba la foto, el visor quedaba bloqueado completamente.

Tampoco contaba con diafragma automático. El diafragma automático fue inventado en 1959 por Asahi Pentax e instalado exitosamente en la Spotmatic de 1964, aunque en realidad para entonces era semiautomático. No fue hasta 1972 que Zenit lo implantó en la EM, pero el sistema era mecánicamente muy burdo y elemental (para rematar, a Cuba arribó tardíamente, en 1978).

La solución mecánica del diafragma automático del lente Helios para la EM era casi artesanal.
 

Una cámara Reflex que carece de diafragma automático, o sea, que siempre está en la apertura ordenada por el fotógrafo, al funcionar como el iris del ojo humano, oscurece la escena en el visor y dificulta enfocar —recordemos que en esa época no existía el autofoco—. Los lentes de las Zenits que carecían de este avance tenían pues una anilla de seguridad que al rotarla llevaba el diagrama a su máxima apertura para garantizar más luz en el viewfinder y un enfoque más rápido y preciso. Luego, antes de presionar el disparador, el fotógrafo tenía que rotar esa anilla de nuevo en sentido contrario para regresar al valor de apertura previamente escogido por él. Pero si el usuario olvidaba esta operación, la foto resultaría sobre-expuesta y probablemente insalvable.

Las cámaras de diafragma automático —que hasta hoy existen— mantienen el iris abierto todo el tiempo y sólo lo cierran hasta la apertura optima en el instante de tomar la foto.

La Zenit S original de 1955 estuvo produciéndose hasta los años 60, cuando en 1964 se introdujo la Zenit-4 y luego en 1967 la E, más grande, pesada, angular y cuadrada, con cilindro rotatorio para el transporte de la película en vez de palanca, y ya tenía espejo de retorno automático.
La Zenit S, la primera (lo que en nuestro alfabeto romano es la S, en el cirílico es la C, y por eso la cámara aparece identifucada así). La Zenit S se cargaba por debajo, una revolucionaria solución inventada por los alemanes pero que luego se convirtió en anticuada.
 
Para montar los lentes lo hacía a través de rosca (que creció de 39 a 42mm). Las Zenits de hasta los años 80 no tenían montadura de bayoneta.
La cámara fue dotada de un fotómetro de selenio al frente, sin tapa, siempre expuesto a la luz.
Por esa razón, este servidor en el afán de proteger sus celdas le inventó una pieza de linóleo que trababa entre el cuerpo de la cámara y el lente.
El autor de este artículo y su primera Zenit, en septiembre de 1978. Nótese que para proteger la exposicion innecesaria del fotómetro al sol, cubríamos la celda con el dedo meñique, como se aprecia en el recuadro rojo en la foto encima. Debajo, otra foto de la manipulación de mi EM, transportando la película.
 
 
Este fotómetro movía una diminuta aguja en un pequeño dial en el lomo de la cámara en la esquina para la mano izquierda; combinado los valores de velocidad y apertura sugerían una exposición aproximada al fotógrafo (dijimos aproximada…)
Metido dentro de la anilla del fotómetro y el aro se sensibildad, se observa el botón de rebobinado; la Zenit EM no tenía manivela para esa operación.
 

Para agravar las cosas, los rusos crearon su propia norma de sensibiidad, los grados Gost.

Algunos modelos de Zenits no disponían de fotómetro.

Pero como las demás soviéticas, la E, e incluso la EM, era una cámara de 35 mm obsoleta de nacimiento. La Zenit EM era ruidosa, inconfiable, frágil mecánicamente, y carecía también de manivela de rebobinado. La operación de recogida del rollo se hacía a través de un knob rotatorio, y para liberar el embrague para que la película regresara a su spool, había que hacer al unísono una complicada operación dual de rotación y alce, por medio de un juego de pequeñas anillas, lastimosa para los dedos por demás. Ese clutch fue el que se atascó en el primer uso de mi cámara.

Toda Zenit venía con un volumiono protector de cuero negro, que olía a bota de soldado ruso.
 

El botón rotatorio en vez de la manivela de recogida, por razones obvias —incapaz de la operación sostenida que garantiza la manivela— era la mitad más lento en su función.

La Zenit desconocía esa ciencia que se llama ergonomía, de modo que su botonería estaba mal emplazada y su terminado era agresivo.

Este close-up corresponde a dos botones de una cámara Kiev, soviética. Nótese su tosquedad, como la de un par de vulgares engranes mecánicos. El terminado de cualquier cámara rusa, malhumorado y agresivo, podía literalmente morder las yemas de los dedos, como si odiaran el tacto humano. La Zenit estaba en familia...
 

La Zenit era esencialmente una cámara metálica, muy alejada de controles plásticos, más humanos al tacto. Y por dentro, la misma historia. Por eso decíamos en broma que las cámaras soviéticas ocultaban dentro una brigada de malvados enanitos bolcheviques que acuchillaban la película y hacían otras trastadas de corte mecánico.

Gracias a que tan tardíamente como en 1969 KMZ introdujo un sistema de fundido en serie, fue que la Zenit empezó a producirse en masa y así inundó algunos mercados de la órbita soviética, al que pertenecía el cubano. Se cree que se produjeron unos 12 millones de unidades de la Zenit E (interprétese también como 12 millones de sufridos fotógrafos).

En esa época también se produjo un modelo más simple, la Zenit V, que en vez de traer estándar el lente Helios de 58mm, se ofrecía con otro mas pequeño, el Industar que —¡aleluya!— era de 50mm.

Si la Zenit con el Helios de 58mm era fea, la acoplada al Industar se veía pobre...

En el Industar, estéticamente desagraciado, la anilla del diafragma no tenía munición para mover los valores por pasos, sino que era de desplazamiento fluido, lo cual dificultaba su operación en la oscuridad —no ‘sonaba’, no hacía ¡click!— y además accidentalmente el fotógrafo podía alterar la apertura.

Y ya que citamos los lentes: No había mucho de dónde escoger para trabajar seriamente con la Zenit, apenas un puñado de ellos. El mencionado lente estándar de la Zenit era el Helios 44, diseñado en 1958, que evolucionó sólo un poco para enfrentar el diafragma automático en la edición M. Era un 2.0 con lentillas carentes de coating y, lo peor, muy estrecho para ser un “normal".

Para colmo, aunque en la Unión Soviética sí se vendían algunos lentes par las Zenits, a Cuba apenas llegó uno, un 85mm, que no tenía diafragma automático, y el ciclópeo Fotosniper, de 300mm, tan grande como una bazuca, incapaz por si fuera poco de acoplar con todas la Zenits excepto con un modelo en particularmente diseñado para él, la ES.

De pasearse hoy un ciudadano cualquiera por la Avenida Pensilvania con la Zenit ES acoplada a ese lente al hombro, la policía lo dentendría en el acto ante sospecha de terrorismo o atentado al presidente. El conjunto, para colmo, venía en un estuche grande como un ataúd.

Trabajé pues con el 58 y con el 85. No podríamos decir que eran pésimos, pero no podían competir con los Nikkor, Canon o Asahi, y ni soñar con Carl Zeiss.

No eran “duros”, sino más bien de tesitura suave.

Acaso por el calor tropical, algunos terminaban inundándose de su propia grasa.

La Zenit era tal cual anticipamos arriba, una cámara limitada. Si comparada con la Kiev, de telémetro, apenas tenía velocidades. La máxima era 1/500 sec. —la Kiev, 1250—. Y en las bajas, la de 1/30 sec. era lo más lejos que llegaba.

El selector de la velocidad tampoco era amigable de trabajar. Requería tirar de él primero antes de hacerlo girar para escoger el tiempo de exposición, y se sentía que los resortes que tenía debajo tenían que ser los mismos utilizados en la ruedas de las locomotoras rusas.

La puerta trasera era endeble, susceptible de descentrar la bisagra, y el pestillo era burdo y se rompía con frecuencia. Tras un número de años de uso, se oxidaba.

Posiblemente lo mejor de la Zenit era su obturador y la cortina de tela, pero los sprockets o engranes para correr la película a menudo destrozaban las perforaciones —well... los enanitos—. Una Zenit se trababa muy fácil y frecuentemente.

Y a pesar de que construcción era pesada y metálica como un tanque de guerra, sin embargo carecía de las fortalezas de éste. En realidad era frágil como un cristal, sin vocación alguna para tolerar la más mínima caída.

El visor era oscuro y no tenía circulo reticular y mucho menos imagen partida para un enfoque más preciso. Diez años después, el pentaprima se oxidaba y ya era imposible mirar a través del viewfinder.

La EM tampoco traía zapato caliente para el flash —los flashes rusos eran otro caso; el Fil 11 era toda una antigualla en los años 70, casi idéntico en tecnología a los de finales de los 50—.

El odioso Fil 11... con tanto cable como para que te ahorcaras con él.
 

La velocidad de sincronismo de una Zenit, en una época en que la mayoría de las cámaras de Occidente usaban 1/60, era de 1/30.

Otras Zenits de mi vida...
Luego —reincidente y ya sin "ayuda desinteresada" como la de la Unión Soviética, de ninguna tía—, en 1982 adquirí la TTL, que ya venía con fotómetro electrónico tipo match & needle, pero según la costumbre, muy burdo e inconfiable.

El mayor atractivo de la TTL era que venía sólo en negro, pero heredaba muchas de las mismas limitaciones y esencia de trabajo de la EM.

El autor de este artículo, en diciembre de 1983. A la izquierda del lector una Pentax K-1000, y a la derecha, señalada con una flecha roja, la Zenit TTL.
 

La TTL comenzó a producirse en la URSS en 1977, pero los cubanos tuvieron que conformarse con verla primero en la revista SPUTNIK (la copia soviética de SELECCIONES), antes que llegara, como siempre, tarde a Cuba. La tardanza tecnológica soviética los cubanos la sufrían por partida doble: primero, el artículo tenía de nacimiento años de atraso; luego, arribaba a La Isla hasta un quinquenio después de su lanzamiento en Moscú.

La Zenit TTL trajo algunas mejoras, como la introducción de una manivela de rebobinado, microprisma para el enfoque en el visor, y el selector de la velocidad rotaba sin necesidad de tener que ser alzado primero. Pero quedó con el mismo contador manual, que el usuario tenía que llevar él mismo a cero al terminar el rollo.

Compré la TTL en la otrora fastuosa tienda La Época, en Galiano y Neptuno. Al igual que con la EM, las dos primeras que el dependiente puso sobre el mostrador, estaban defectuosas. Junto a mí, un joven ruso que no hablaba casi español estaba comprando una. Cada vez que el tendero sacaba una de la caja y el ruso se daba cuenta que la cámara tenía un problema, decía “no normal, no normal”.

El precio era más alto que el de la EM: $180.00.

De la TTL, al igual que de la EM, se fabricaron modelos para “saludar” los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980, de modo que algunas de ellas fueron decoradas al frente con el emblema del evento, y hoy son collector’s items.

Más tarde, a finales de los 80, salieron tres versiones mejoradas de la TTL —la Zenit 11, la Zenit 12 y la 12xp— con el mismo fotómetro, pero la aguja fue sustituida por un semafórico juego de LED’s. Ninguna de estas cámaras, en plenos años 80, contaban con automatismo de exposición, y seguían siendo manuales.
¿Se vendían las Zenits en Estados Unidos? Sí, bajo los nombres de Cambron y Kalimar.
Como ocurre con cualquier cámara fotográfica, en honor a la verdad, hay que decir que con una Zenit también se podía obtener una buena foto… siempre que tras su visor se encontrase un buen fotógrafo, y su interior hubiese sido alimentado con una película decente. Pero en términos generales el veredicto final dice que las Zenits fueron unas cámaras preferentemente olvidables por los fotógrafos o aficionados que las tuvieron que padecer. Lo terrible es como la más angustiante pesadilla se hace más memorable que el más vibrante de los sueños, siempre hay una neurona bromista que te recuerda, por lo menos, los enanitos que habitaban dentro de casa cámara Zenit y te hacían la existencia miserable...